Publicado en 17 Febrero 2019
Si hay algo que caracteriza a nuestra ciudad es su amor por la seda, este tejido cuya confección viajó desde oriente para dar vida y alegría a la indumentaria, fue llenando distintos ámbitos de la vida cotidiana, no sólo se usó en lo civil sino que fue adscrita a otros contextos menos mundanos, y de las salas de baile traspasó al mundo eclesiástico. Era tal su brillo y riqueza que, no habría ninguna duda al decidir, allá por el siglo XIV que debía tener un lugar preferente en las vestimentas de obispos y cardenales.
Hasta abril del presente año, el Museo de la Seda de Valencia, con el ofrecimiento de la Catedral y sus tesoros, nos ofrece ver muy de cerca auténticas joyas de la liturgia, sedas y terciopelos ricamente bordados y decorados, pues al parecer cuanto más ornamento llevaba una pieza más prestigio tenía la persona que la portaba; una selección de casullas y otros objetos relacionados, pinturas , túnicas y mantos, como el de la Virgen de la Asunción, utilizado en la procesión conocida como la más antigua de la ciudad de Valencia.
La moda en la indumentaria eclesiástica tiene su historia, como cualquier época histórica, y ha sido cambiante con el tiempo. El cambio de tejido, de color, el tipo de bordado, la pedrería, etc, han sido desde la Edad Media los símbolos que definían la participación de la moda en cada momento litúrgico: festividades propias del santoral, acontecimientos en los cambios de mandato,etc.
La fantástica muestra que podemos disfrutar recorriendo las diferentes salas del Museo nos traslada a un mundo evocador de la divinidad y su pacto con el hombre. Pero también nos demuestra el liderazgo de la ciudad en el comercio, la confección y la producción a nivel industrial de un tejido rico en matices y único en calidad: la seda valenciana.